jueves, 10 de enero de 2008

TERCER DIA

Este día amaneció con un poco de resaca, apuramos la dormida hasta las 9:30, nos duchamos y salimos sobre las 10 de la mañana hacia la estación de metro donde decidimos desayunar ya que no llegamos al desayuno del hostel.

Como Milán ofrecía poco más que ver, decidimos irnos al lago de Como, que nos habían dicho que era un lugar muy bello y recomendable. Cogimos el tren que te lleva a dicha localidad, el trayecto es de una hora desde Milán y la verdad es que me quedé muy sorprendida de una señora que entró al tren con su perro y más sorprendida cuando pasó la revisora y la señora le enseñó dos billetes uno suyo y otro del perro. Estos italianos son muy civilizados.

Llegamos a Como, el tren te deja en el mismo centro del pueblo, a unos metros del lago y cuando digo lago no estéis imaginando un charco grande como los lagos que pueden haber en España, este lago es enorme, se tarda unas dos horas en barco en atravesarlo y un trozo del lago es de Italia y el otro es de Suiza. Ya nos habían dicho varias personas que George Clooney tiene una casa allí, nosotras en parte también fuimos por si cosas del destino, nos encontrásemos con él, se enamorara de nosotras nada más vernos y pasásemos al ipso facto a ser ciudadanas de Como, en menos que canta una gallo, renunciando a nuestra Bétera natal sin ningún tipo de miramiento. La causa bien lo vale. Pensábamos que allí no habrían muchas casas y que todo el mundo sabría cual es la de George, pero la realidad, como siempre, supera a la ficción, y en el lago hay miles de casas y nadie sabe muy bien donde la tiene.
El lago está rodeado de montañas con bosques muy frondosos, que están estupendos en otoño, predominaba el verde y el marrón entre sus hojas haciendo el paisaje muy otoñal, como de postal. Decidimos hacer un paseo en barca después de comer ya que eran las 13 hora de comer en Italia y en nuestro estómago. Nos decantamos por uno de los mejores restaurantes del lugar, en una calle muy céntrica y con unas vistas a la plaza y al lago espectaculares, ni nos planteamos el precio de la comida, el lugar bien lo valía, así que nos adentramos en el restaurante y pedimos la especialidad de la casa, menú Big Mac con patatas y coca-cola grande para mí y menú Big Mac con patas de luxe para Amparo. Fue una comida fastuosa e impresionante, lástima que en Valencia no existan restaurantes de esta índole, iríamos muy a menudo, porque tampoco es tan caro y además un día es un día y si había alguna posibilidad de encontrarse a George seguro que era en ese restaurante, por tanto no fue derrochar, fue una inversión.

Después de tan magna comida realizamos una visita por el pueblo, que es uno de estos pueblos con encanto, visita al Duomo, garbeo por las tiendas…y directas a hacer cola para comprar los billetes del barco que nos llevaría un pueblo que hay en medio del lago que según la guía era muy bonito y digno de nuestra presencia. Al llegar a la taquilla la señora muy amable nos dijo que eran 8 euros sólo la ida y que tardaba 45 minutos en llegar, así que decidimos cambiar de planes y coger el típico barco de turistas que te lleva a dar una vuelta por el lago parando en 5 sitios para que te puedas dar una vuelta. Visto está que no se puede una salir de lo estipulado, nada de rutas alternativas, barquito de turistas y punto. Pues eso, fuimos con la barca parando en dos sitios muy bonitos y paseando por sus calles en las que parece que el tiempo corre de una manera más lenta y las palabras prisa y estrés no existen, el olor a humedad lo invadía todo, bien cierto era que estábamos al lado de un lago. Remanso de paz, demasiada paz, por no pasar no pasaba nada, ni la gente.
Regresamos al pueblo tras nuestra aventura en barco y decidimos zambullirnos en la marea de gente que transcurría por las calles, calles abarrotadas de gente, lo cual le daba un ambientazo al pueblo de morirse, pena de no haberlo sabido y nos hubiéramos quedado esa noche allí. Tras nuestro paseo por las calles de Como contemplando los escaparates de las mejores tiendas de marca regresamos a la estación dispuestas a coger el tren de vuelta a Milán, eran las 17:30 y completamente de noche, allí oscurece antes.
El tren merece un comentario por mi parte, ya que era clásico, clasiquísimo, y no quiero decir con esto que era viejo, sino que pese a lo antiguo que era, funcionaba perfectamente. Para que os hagáis una idea a mi me recordó a trenes de principio del siglo pasado como en las novelas de Agatha Christie, rollo Orient Express, asientos acolchados de terciopelo rojo, ventanas que se suben y bajan con pasadores de madera algo muy exótico, era como el trenes que antes iba a Bétera, “el trenet”, pero restaurado. Era muy cómodo pues nos pegamos una sobada de no te menees.

A la llegada a Milán sobre las 6 de la tarde decidimos ir a tomar “i aperitivi”, como no, al barrio de Brera, un barrio muy bonito rollo barrio del Carmen. La verdad es que había mucho ambiente por la calle, porque como es sabido en Italia no se puede fumar en ningún sitio excepto en la calle, así que los bares montan terrazas para que la gente tome algo y fume a la vez, aunque allí hace más frío que aquí pero como no hay humedad te abrigas bien y santas pascuas. El cansancio hizo mella en nosotras así que pese a ser sábado no fuimos al hostel a las 8.

A nuestra llegada al hostel nuestra sorpresa fue mayúscula al ver que en nuestra habitación no había nadie ni la “bella durmiente”, superguay, íbamos a montar una fiesta del pijama Amparo y yo, que diver. Pero de repente mientras planeábamos que hacer en la fiesta del pijama, apareció ella “la bella”, así que ni fiesta ni na de na a dormir y punto, eran las 22 horas de un sábado 3 de noviembre y estábamos roncando, que fuerte me parece, me da hasta vergüenza escribirlo, pero este relato se debe de ceñir a la realidad que no fue otra nada más que esta. Triste pero cierto.

Al día siguiente nos levantamos prontito, duchita, hacer la maleta, desayuno y a la calle con la maleta a rastras. Esa mañana hasta la hora de comer la íbamos a dedicar a pasearnos por las mejores tiendas de Milán esas a las que a menos que nos toque la lotería nunca vamos a entrar. Así que hicimos “escaparating”, que debe de ser una actividad muy propia de Milán ya que todo lo allí vendible es inalcanzable para los bolsillos humanos. Así que con la maleta a cuestas vimos los escaparates de Armani, Valentino, Gucci, Prada, Dior, Louis Vuitton,…etc, y casi todas las tiendas estaban abiertas aún siendo domingo.

A la hora de comer estábamos en Malpensa, aeropuerto Milanés, el vuelo salió con retraso, pero casi lo preferí porque ello me permitió permanecer en la sala de embarque más tiempo contemplando todo lo que allí se cocía. Nunca pensé que una sala de espera de un aeropuerto pudiera dar tanto de sí. Lo único que hice fue limitarme a observar a la gente que allí estaba y la verdad me lo pasé como una enana, por allí circularon desde novios pasteleros de esos que no se despegan ni con agua, niños haciendo carreras de carro, mujer roncando en estéreo, hasta macizos gritando por el móvil, y todo esa película sin moverte de tu sillón de la sala, ni en los mejores cines…el resto ya lo sabéis, vuelta a la realidad que no es moco de pavo.


FIN

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